El líder venció en la última crono y sentenció el Tour de Francia Brad Wiggins ganó en Chartres la última contrarreloj y hoy se coronará en París como el primer británico que reina en el Tour. Su fiel Chris Froome y Vincenzo Nibali le escoltarán en el podio. Luis León fue ayer tercero en la crono y Zubeldia avanzó un puesto en la general: sexto.

Lo más desconcertante del deporte no es la sorpresa, sino su ausencia total. Si no existieran los sobresaltos, el deporte sería una ciencia matemática muy similar al Tour que hoy acaba. Gana quien debe. Cualquier desviación del plan se corrige con cien kilómetros de contrarreloj y buenas dosis de obediencia. Unos se caen y otros se apartan. A los rivales nuevos les faltan tres años y a los viejos les sobran dos. Cuánto se habrán mordido las uñas Contador y Andy Schleck...

No fue un mal Tour, pese a todo. Sucedió, simplemente, que los dos mejores compartieron equipo. Ha ocurrido muchas veces, aunque las traiciones se recuerdan más vivamente. Pasó en 1985, cuando ganó Hinault y debió hacerlo Lemond, o en 1996, cuando se impuso Riis y pudo lograrlo Ullrich. Al año siguiente, al menos en estos dos ejemplos, se desquitaron los subcampeones y ascendieron un escalón del podio. Así que no sería extraño que esta edición haya descubierto al próximo vencedor... salvo que lo impidan los escaladores sin uñas.
Froome.

Wiggins, ya es línea para decirlo, ganó la última crono y sentenció el Tour, el primero que ganará un británico. El líder del Sky aventajó en 1:16 a su fiel Froome y cruzó la meta con el puño en alto, como si la exhibición le librara de la sospecha. Pero no le libra. Si Wiggins hubiera dado rienda suelta a Froome un solo día, aun a riesgo de complicarse la general, su crono se hubiera entendido como un golpe de autoridad física y moral. Sin ese gesto, la especulación es incontenible: qué habría pasado si las cartas no hubieran estado marcadas, qué hubiera sido del keniano sin bridas...

La sorpresa de la jornada la protagonizó Luis León, mejor tiempo hasta que llegaron Froome y Wiggins. Su actuación es de las que emocionan y comprometen. Si Luisle sube, baja y contrarrelojea, si lo hace en la tercera semana del Tour, lo tiene todo para pelear por la general de una grande. Ha demostrado fondo, gen competitivo y un coraje que nos ha salvado muchas tardes de melancolía (ay Perico, ay Miguel, ay Alberto...).
Zubeldia.

El último ajuste cronometrado sirvió para que Zubeldia subiera un puesto en la general a costa del otoñal Evans. El admirable Haimar terminará sexto, excelente posición para quien ha corrido en el ejército de Pancho Villa, sin la ayuda de los compañeros y sin el reconocimiento de la televisión.

Para los anfitriones queda el último gran consuelo. Ellos serán quienes peleen mañana contra los elementos más pujantes del Imperio Británico (Froome, Van Garderen...). Rolland (8º) y Pinot (10º) confirmaron su talento y devolverán el entusiasmo a Francia, ese país que, a falta de campeones, ha formado a los agricultores más imaginativos.

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